Cátedra Miguel León Portilla
Coloquio Nacional de Filosofía y Pensamiento vivo de los Pueblos Originarios: el «otro» como posibilidad
Álvaro Reyes Toxqui
Me queda claro que la apertura de diálogos entre la filosofía y el pensamiento vivo de los pueblos originarios siempre estará marcada por la condición de sospecha. ¿Para qué dialogar? ¿Para qué encontrarnos? A final de cuentas, al parecer, ninguno necesita del otro. La tradición filosófica occidental, metafísica y ontológica en busca de la unidad y bajo la premisa de que hay un principio de explicación de lo real, siempre ha desoído cualquier otra tradición que no sea su condición de pensamiento que se piensa a sí mismo. En este sentido autoreferencial, la filosofía Occidental —sea lo que sea eso—, desde el viejo Parménides, ha ejecutado su vocación de exclusión de otros saberes. Autosuficiente, arrogante en mucho, la filosofía griega, romana, cristiana, moderna o posmoderna, supone la legitimidad de su tradición y la operación técnica de sus respuestas. Hay otras perversiones detrás de esta misión monumental y monolítica, pero, al ser complejas por lo que implican las condiciones éticas, praxiológicas, axiológicas y cratológicas, es imposible desarrollarlas en este breve texto. Por su parte, el pensamiento vivo de los pueblos originarios tiene y ha tenido un eje axial distinto. Sus goznes no giran en torno de los principios de unidad, ni buscan afanosas las ousias ni los arjés. En este sentido, su pensar transita de modo vivo, convivente, se suma a la narración plural de lo que heredaron en su tradición y lenguajes y se ha mezclado con las formas colonizadoras que, seguramente, ha dado un nuevo cariz a su cultura.
Como se ve, en esta primera ojeada, ambas tradiciones ni siquiera se suponen como necesarias —una de la otra— y pudieran, quizás, hasta enfatizar que en los encuentros que han tenido, ha sido sólo para mostrar el avasallante y colonial empuje del monolítico Occidente y su menosprecio de lo diverso. La historia al respecto es trágica pero todos la conocemos y no es necesario desarrollarla para entender que la colonización fue, y sigue siendo, sinónimo de genocidios, de marginación, de invisibilizar al otro, de negar su reconocimiento a la simple existencia. Aunado a ello, también lo sabemos, se han justificado epistemicidios porque a la luz de la filosofía racional, griega y cristiana, los «otros saberes» son mitos, cosmogonías, magia, embustería, Hay lados oscuros en la razón que justifican la estigmatización de «lo otro». Detrás del estigma —deberíamos saberlo—, viene la operante criminalización del otro y la justificación de su posible exterminio. En esta dinámica de negación, es casi improbable hablar de encuentros entre la filosofía y el pensamiento vivo que habita aun el mundo.
Mientras organizábamos este primer Coloquio y realizábamos las invitaciones, no fue difícil escuchar comentarios ácidos de algunos que calificaron el proyecto como absurdo. Expresiones como «en el mundo indígena no hubo ni hay filosofía» resonaron en dos sentidos: entre los adversos, significaba que en el pensamiento de los pueblos originarios no había necesidad de erigir un constructo racional porque éstos habían logrado construir una versión autónoma del pensar y del sentir desde las comunidades. Entre los radicales, aun más adversos, significaba que el pensamiento indígena nunca había alcanzado los parámetros ontológicos y metafísicos suficientes para disputar un lugar en la historia del espíritu.
Pese a estos juicios —más cercanos al prejuicio por sus cargas valorativas—, decidimos continuar en la organización del Coloquio que buscara construir las probables vías de un diálogo en tensión, inestable, quizás hasta desconfiado, pero que fuera capaz de mirar, cada quien son su otro, como posibilidad.
Hago una memoria breve de una charla que tuve allá por 1992, con el Dr. Arturo Fregoso, una de nuestras leyendas al interior de la Universidad Autónoma Chapingo. Agrónomo, matemático y filósofo —aunque él nunca supiera que lo fue— un día me dijo a bocajarro:
—Toxqui, es necesario mirar hacia los pueblos originarios para aprender de ellos su ética y hacer de ella una forma para redimir a Occidente.
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Ustedes podrán imaginar mi asombro y mi tristeza posmoderna cuando le respondí: quizás, doctor, no sea necesario. Occidente, desde su soberbia, no necesita redención.
Arturo me miro condescendiente y me dijo: siempre debes mirar al otro como posibilidad.
La anécdota me sirve para enmarcar el espíritu del Coloquio y de todos los diálogos que en él circularon. Si al final, después de este encuentro y de otros probables, podemos vernos cada uno a cada otro como un camino probable de tránsito, entonces, este ejercicio habrá valido la pena.
El Coloquio Nacional de Filosofía y Pensamiento Vivo de los Pueblos originarios también resignificó reactivar en la UACh la Cátedra Miguel León Portilla, inaugurada por el mismo maestro en el año de 2016. En este sentido fue importante la participación del Centro de Investigaciones Económicas, Sociales y Tecnológicas de la Agroindustria y la Agricultura Mundial y el acompañamiento de la Dirección General de Difusión Cultural y Servicio de la UACh. Sin embargo, en términos operativos contó con la participación activa del Instituto de Investigaciones Filosóficas "Luis Villoro" de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y de la Cátedra UNESCO en Movimiento Educativo Abierto para América Latina. La Unidad Académica Multidisciplinaria Campus Calpulalpan de la Universidad Autónoma de Tlaxcala y la Unidad Académica Profesional Chimalhuacán de la Universidad Autónoma de Estado de México fueron dos de las tres sedes presenciales y en las que sus comunidades académicas se organizaron para participar en las diversas actividades programadas: cuatro conferencias magistrales, ocho mesas de trabajo y 24 ponencias en las que el problema de la relación entre la filosofía y los pensamientos vivos de los pueblos originarios fue causa de reflexión y debate.
El Coloquio también tuvo su nota inusitada. Gracias a una campaña de difusión en diversos medios de comunicación y en redes sociales, la demanda de participación virtual hizo que se abrieran diversos medios de transmisión de las actividades. Una sala de la Plataforma Zoom con cobertura para 500 personas no fue suficiente porque, en general, se registró una asistencia promedio de 1862 personas por día de actividad. Estos datos revelan la importancia de las temáticas abordadas y la necesidad de estos foros académicos de reflexión y debate. Gracias a la Unidad de Producción Digital del CIESTAAM se pudo hacer una transmisión mundial de la actividad. Según los registros de solicitud de participación, se contó con la asistencia de personas de Estados Unidos, Madrid, Brasil, Colombia, Chile, Perú, Argentina y Venezuela. De México contamos con asistentes de las Universidades Interculturales, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Autónoma de Querétaro, la Universidad Autónoma de Tlaxcala, la Universidad Autónoma del Estado de México, la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, entre otras.
El Coloquio Nacional fue un ejercicio de diálogos que visibilizó la necesidad de seguir construyendo estrategias capaces de hacernos comprender las dinámicas vivas y los intercambios posibles entre los actores sociales del mundo indígena, las comunidades académicas y la sociedad civil.